Todo lo que recibimos en el organismo, ya sea por vía oral, rectal, tópica, o inyectable, puede ocasionar efectos beneficiosos o nocivos a nuestro organismo (a éstos últimos, los llamamos efectos secundarios). El efecto beneficioso es el efecto deseado, lo que se quiere lograr con lo que se da (por ejemplo, el alimento, o alguna medicina para curar o aliviar). El efecto secundario es un efecto indeseable que esa sustancia produce al ser recibida o poco después de ello (como por ejemplo la intoxicación al ingerir un alimento descompuesto. La farmacopea está repleta de efectos secundarios de diferentes medicinas, que pueden ser incluso letales. Como Profesor siempre he insistido a mis alumnos que lo más importante en Medicina es saber NO RECETAR. Recetar es muy fácil. Vaya por la calle y grite “me duele la cabeza y más de uno se le acercará a decirle “tome tal o cual medicina. Todos recetan: la tía, la abuelita, el boticario, el amigo, la vecina, etc. La responsabilidad debe detener la mano y la boca y prescribir solamente sabiendo qué y para qué.
Hay algunas reglas que se deben respetar para preservar la salud de la población. Entre otras, por ejemplo, se habla del riesgo del uso de los antitérmicos “aines” (grupo de drogas como la aspirina, mesulid, dipirona, ibuprofeno, etc., los cuales pueden provocar reacciones alérgicas, en algunos casos, síndrome de Reye, en pacientes con dengue favorecer el desarrollo de dengue hemorrágico, etc.