Carta para el cielo
La noche del 30 de marzo regresamos de Villa Juanita, nuestra casa de la playa. Lo primero que hice fue abrir la ventana que da al pasillo, miré hacía la esquina, ahí estaba la camita de Michu.
Michu no estaba en su camita, la noche anterior se había quedado dormida para siempre. Mi hijo Victorino la llevó metida en una caja de productos FUXION a la playa. Victorino llegó muy abatido, la pena era grande. Michu era su “chica ideal”, la mejor de todas (ciertamente muy bella), la que dormía en su cama, a pesar de su asma, la que lo esperaba para que le diera de comer, la que tocaba el vidrio de su ventana con sus patitas y maullaba con desesperación en los días de lluvia para que él la dejara entrar, pese a mi rotunda oposición. Michu me ganó siempre. Entraba cuando quería, me la topaba en las mañanas cuando bajaba a preparar el desayuno. ¡Victorino saca a esa gata de aquí! ¡Tú la dejaste entrar! ¡Fuera Michu, fuera!