20 abril, 2025

El Parque

Un parque es un terreno localizado dentro de un poblado y que se destina, en el concepto inicial, al fomento de la naturaleza. En él encontramos jardines, arboles, prados, entre otros. Es un lugar apropiado para el esparcimiento de los habitantes de un lugar. Es también un centro de atracción turística.

Ese parque, si abarca una larga extensión de terreno natural, protegida por el Estado, es entonces un parque de mayor importancia, es un Parque Nacional o un Parque Natural.

Al ser un parque nacional, es, valga repetirlo, un área protegida. Tiene un estatus legal que le confiere la protección y conservación de la riqueza excepcional que en él existe, tanto flora y fauna. Los parques nacionales están localizados en zonas con poco desarrollo, y eso es lo importante, ya que generalmente en este lugar existen especies en peligro de extinción. En los parques nacionales, en cualquier lugar del planeta, se encuentra la naturaleza en armonía, el equilibrio, la justicia ecológica que permite el mantenimiento de la vida en la tierra.

Adversidad

Hace poco me dijo mi esposo que sin los problemas que hemos vivido yo no hubiera escrito buena parte de mis artículos, o de mis libros. Es cierto. La adversidad no es en sí un obstáculo. La adversidad es la oportunidad de darnos cuenta que estamos aptos para vivir una vida que vale la pena.

Es eso que llega a tu vida para darle el toque del sabor, del color o del cambio. Lo que sucede es que somos cómodos y nos gusta llevar una vida simple, sin nada serio que afrontar. Levantarse, ir al trabajo, regresar, descansar, salir por ahí, viajar, comprar, pasar. Pasar por la vida y luego dejar la vida. Pero la vida quiere algo más. Nos pide esfuerzo, renuncia, sacrifico. No quiere ser tratada como si fuera cualquier cosa, entonces surgen los problemas, las complicaciones. Se mueve el piso, y la tierra en la que asentamos nuestros pies ya no es algo estable, tambalea.

Una enfermedad llamada cáncer (Primera Parte)

Por: Gloria Arteaga Calderón

Con todo mi corazón desearía que cuando esto sea leído ayude a alguien que, como yo, sufre de esta enfermedad llamada cáncer.

¡Qué terrible suena esta palabra que se siente cargada de dolor y de angustia!

Cuando supe que ella había tocado a mi puerta y yo le había permitido entrar, como ladrón silencioso trató de robar mi cuerpo y por qué no decirlo hasta mi espíritu. Me quedé muda como si un viento helado y huracanado me envolviera.

No sabía a dónde correr, no podía pensar, no podía llorar, quería gritar y decir: ¡a mí no!, ¡por favor ayúdenme! Pero nada salía de mis labios, estaba paralizada, tenía miedo, el terror me embargaba ¿qué iba hacer de mí?

Los dolores que sentía eran tan intensos, pero tan fuertes, nunca imaginé que esta enfermedad llamada cáncer, fuera tan devastadora, tan fulminante.

Y más aún jamás pensé que yo iba a ser escogida, que tenía que vivir por siempre y para siempre con una espada sobre mí. Pensaba mientras escuchaba las palabras “cáncer en la columna” y me dije: ¡ese es el que yo tengo!

Prohibiciones

Prohibir es vedar o impedir el uso o la ejecución de una cosa. Las prohibiciones, cuando son excesivas y basadas en la intolerancia, en la irreflexión o en el abuso, y afectan a las libertades individuales, no son buenas y sus resultados, así sea a largo plazo, sin duda, serán lamentables. Poco saludables para el bienestar general.

Por eso lo mejor es el consenso. Un consenso no inducido, que no ha sido o está siendo persuadido, lo que se puede lograr de distintas maneras. Manipular la conciencia de la gente o desinformar para ganar poder, no es lo correcto. Y no aplica al uso de la libertad o al establecimiento de la justicia.

La libertad y la justicia son la antesala de la paz. Y vivir en paz, es el ideal de toda persona sensata.

SANTIAGO de Guayaquil. Una leyenda de amor

Muchos nos dicen “monos” (y creen que nos ofenden, cuando en realidad hasta nos hace gracia), otros se dicen a sí mismo “guayaquileño madera de Guerrero”, somos guayaquileños, ¡y eso es lo que importa!

Recordando algo de historia en este mes de Guayaquil en sus tradicionales fiestas julianas, los guayaquileños y guayaquileñas no debemos dejar pasar al olvido la leyenda que propicio el nombre de nuestra cálida ciudad.

Primero fue “Santiago”, y, es que los conquistadores españoles rendían así culto a su patrono, el apóstol Santiago. Llamando con ese nombre a la ciudad más grande de nuestro territorio. Lo que podemos decir, constituye para nosotros un gran honor. Luego, añadirían el nombre de “Guayaquil”.

Santiago, uno de los privilegiados “doce”, que iban y venían con Jesús, era hijo de Zebedeo y hermano de Juan, predicó el Evangelio hasta su muerte, cuando fue enviado a decapitar por el entonces rey de Judea, Herodes Agripa. Cuenta la tradición que al apóstol se le presentó la Virgen María en Zaragoza, la “Virgen del Pilar”, también patrona de los españoles.

El joven universitario

Iba a cumplir diez años de vida, cuando mi papá, mi mamá, mi hermana Manena y yo nos cambiamos a vivir “solos”, (dejando la casa de los abuelos), en un departamento ubicado en el segundo piso del edificio Barcia- Fernández, en las calles Rumichaca y Alcedo, Guayaquil.

Entre los vecinos de aquel nuevo lugar, estaba un joven que acababa de ingresar a la universidad. No recuerdo o no sé si en algún momento me enteré qué estudiaba el joven, lo que sí supe yo y supimos todos, es que por su situación de universitario, él tenía algunos impases con su mamá…

Aquel departamento al que fuimos a vivir mi familia y yo, tenía en cada habitación una ventana que daba a una claraboya, por dicha claraboya no solo circulaba el aire y entraba la luz, también circulaban las palabras dichas por los demás ocupantes del edificio. Permitían tales claraboyas que todos estemos al tanto de lo que ocurría en cada departamento, en una época en que no había internet, por lo que nadie tenía Facebook ni twitter. No era necesario hacer “re-twitt” ni dar “like”; bastaba con estar o no de acuerdo con lo que le sucedía al vecino y poner caritas, triste, feliz o enojada, al momento de encontrarnos en el ascensor.

¿Qué quieres ser cuando seas grande?

Ahora que soy grande, ¡quiero ser niño! La niñez, es la mejor época de la vida, y es absurdo renunciar a ella solo porque crecemos en edad y a veces en estatura. La niñez es una época que podemos llevar siempre dentro de nosotros, en la mente y en el corazón. Así enrumbaremos la vida por el camino correcto. Los niños, suelen no complicarse, siguen a la voz que habla desde el fondo de su corazón. Esa es la voz de la conciencia, la voz del alma, la voz de Dios. La misma Voz que dijo que debíamos ser como niños para entrar al Reino de los Cielos. Reino que no está tan lejos, pues está dentro de cada uno, de cada ser que quiere ser como un niño para encontrar a su Padre y sentirse seguro y a gusto en Su presencia.

Ser niño tampoco es ser perfecto, pero es lo más cercano a aquello. Ser niño es ser auténtico. No siempre simpático ni gracioso, pero de seguro casi siempre veraz. Los niños, en su mayoría, no tienen el filtro del “qué dirán” o el “qué pensarán de mi”. Son como son, dicen lo que sienten y hacen lo que piensan. Por eso son felices, aún en situaciones lamentables en cuanto a las condiciones de vida. Y ser feliz es el objetivo de todo ser humano. Aún el masoquista busca la felicidad en su masoquismo, el vengador en su venganza y el criminal en su crimen.

Las nerviosas ardillas…

Consciente de que alejarme mucho tiempo de mis escritos no me es saludable, y porque la inquietud de la improductividad me llevó a casi destrozarme los dedos, me senté frente a la compu a ver que salía. Con varios proyectos de artículos e inclusive de libros inconclusos comencé la búsqueda del tema. Nada se me ocurría y lo que tengo semi preparado no arranca como para darle el fin. Me puse a revisar mails, a leer, contestar y borrar lo que ya estaba medio añejo, hice bien porque encontré lo que buscaba.

Un escrito entre pasado y actualizado de un sacerdote, el título: “Se está gestando algo nuevo”, habla ahí sobre un retiro espiritual de un grupo de jesuitas que se reunieron con su General en Nairobi, África, en el 2012.

Lo extraño del asunto es que yo no haya leído el mail y menos el artículo en mención, pero tal vez, él esperaba silencioso, ahí en algún lugar de mi computadora para decirme hoy lo que quiero compartir con ustedes.

Yoga y Vida Cristiana

Asistí a un retiro de meditación en Encinitas, California, dirigido por monjas
de SRF, Self Realization Fellowship, organización religiosa fundada por
Paramahansa Yogananda en 1920. Como se nota de entrada, no se trata de
un retiro “católico, apostólico y romano”. Fue un retiro de espiritualidad
y meditación para profundizar en la búsqueda de Dios, siguiendo las
enseñanzas de Paramahansa Yogananda, un santo de la India (de quien
hablaré más adelante).

El retiro tenía normas claras y estrictas acerca del silencio y el cumplimiento
del horario de las actividades. Entre las que, obviamente pese a las
celebraciones religiosas, no constaba la celebración de una misa católica.

Antes de viajar a Encinitas, yo había buscado por internet los datos de una
iglesia, para poder acomodar mi horario y asistir a la celebración de la misa,
en la mayoría de los días que fuese posible hacerlo. (Asisto a misa diaria).

Desterrados

¿A dónde está Dios cuando lo que es malo nos sucede?

¿A dónde está Dios cuando hay una tragedia natural, comunitaria o personal,
un dolor, una pena insoldable?

¿¡A dónde estás Dios!, cuando el alma se doblega, cuando no podemos ver la
luz, absorbidos por la oscuridad de las tinieblas?

¡¿A dónde?! Es el grito desgarrador de mucha gente, en distintas
circunstancias de la vida, pues cada quien tiene sus circunstancias.

En muchas ocasiones de mi vida me he hecho la misma pregunta, y he
reclamado al aire, he dicho: ¿A dónde estás? ¿Por qué me dejas tan sola?
¿Cuál es tu juego? ¡Sal de dónde estés! ¡Ven, te necesito! Y no hay palabras
que contesten mis preguntas, mis reclamos, mis súplicas. Simplemente, ahí, a
dónde lo busco, Dios no está.

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