La mala educación
¡Atrevida! ¡Atrevida! ¡Atrevida! Gritaba al son de su berrinche una jovencita
de unos 16 o 18 años de edad, al lado de su amiga, y en medio de un grupo
de gente que la miraba, asombrados todos ante los gritos desproporcionados
que la joven me dirigía en medio de la playa.
La historia comienza así: Llegué a la playa junto a mi esposo y tres de mis
cuatro hijos. Estaba dispuesta a poner toalla y pareo sobre la arena para
tomar sol; pero, mi hija menor se empeñó en que mejor tome sol acostada
sobre una perezosa, (de esas sillas para tomar sol). En el club a donde nos
encontrábamos y del cual somos de los socios más antiguos, hay ese servicio
de sillas y carpas para los socios y visitantes. Junto a una de las varias carpas
del lugar, había una de aquellas sillas, desocupada. En realidad con un
envase plástico, semi vacío, de un bronceador. Mi hija lo cogió y me dijo: se
parece al tuyo. Pero no es el mío, le respondí, así que déjalo a donde estaba.
Ella me dijo, ¿y si lo pongo encima de esa mesa y así llevas la silla para tomar
sol? Está bien, le respondí. Creyendo que alguien había dejado el frasco semi-
vacío porque ya no era de mayor utilidad. Por lo demás, carpa y sillas estaban
sin nada ni nadie. Es una opción que en esas circunstancias, algún socio o
visitante llegue y utilice la carpa y las sillas.