23 noviembre, 2024

Anclajes

Es de noche, la luna lo deja muy claro. Las luces de la ciudad indican el camino de vuelta a casa. Tú escuchas música en la radio mientras manejas. Suena una vieja canción, de repente te trasladas al momento donde esa canción cobró vida por primera vez y tu corazón te recuerda de un dolor que sentiste ayer.

Es de día, los primeros rayos de sol brillan sobre las calles desiertas mientras te diriges al trabajo. Estás pensando en las tareas que tienes previstas para aquel día, cuando un penetrante olor interrumpe tus pensamientos y no sabes por qué, pero te acuerdas de tus días de verano cuando ibas con tu padre a comprar el pan recién salido del horno.

Estas aparentes casualidades se explican gracias a lo que los programadores neurolingüísticos denominan “anclas”. Un ancla es un estímulo de cualquier tipo: visual, auditivo, olfativo, de tacto o de gusto, que genera un estado interno. En otras palabras, es la asociación automática entre un estímulo y una respuesta emocional.

Bienvenido Dolor

A dónde irán los momentos que nunca fueron, que pudieron haber sido… Hoy mi alma reclama las horas que no le fueron concedidas. Aquellas que se esfumaron sin previo aviso, como una ola, porque así lo quiso. Hay dolores tan violentos que atraviesan el alma y te desgarran por dentro. Hay otros más sutiles que caen lentamente, como una hoja movida por el viento, hasta acomodarse en un amplio desaliento.

Sólo Dios conoce la congoja del corazón doliente, del corazón que ve, que oye, y no siente… Aquellos encuentros íntimos en que la mente duda y se pregunta ¿Por qué? ¿Para qué? La vida parece un abanico de preguntas sin respuesta. El tiempo se detiene para aquel que carga con el corazón a cuestas. De repente se apagan los gritos desolados, se desvanecen las preguntas irresolutas. Se marchan todos los sonidos y se escucha todo lo demás. Sigilosamente va tejiendo notas en el camino hasta formar una música tenue, que invade el ambiente con su melodía flotante: es el silencio de Dios. Es silencio porque está tan oculto en la profundidad del ser que a veces aparenta una realidad aparte, un mutismo aislante. Pero al fin y al cabo es Dios, y es Padre.

Amo a los árboles

Amo tanto los árboles, de todas las formas y colores. Los grandes, los pequeños, los
majestuosos, los desnudos… Amo la historia detrás de su corteza. Hay, por ejemplo, árboles
altos con copas pomposas que parecen mujeres de la más distinguida clase. Hay otros enanos,
menudas siluetas que acarician el cielo con divertida gracia. Están también los delgados
invernales que exponen osadamente sus ramas desnudas, mostrándole a la naturaleza que no
tienen nada que ocultar. Cómo olvidar a los tradicionales verdes que no cambian de color por
miedo a quebrantar la normativa silvestre o a los viejos navideños que se entregan como obra
de caridad una vez por año.

Hay árboles tan alegres que cada vez que ríen brotan dulces frutos. Hay otros, en cambio, tan
tristes que al llorar dejan caer sus flores para desprenderse de viejos amores. Hay árboles que
atraen por sus colores y otros que atraen por sus dolores. Hay árboles que crecen en estatura
pero se encogen de amargura. Hay otros, en cambio, que reconocen que primero fueron semilla
y se extienden humildemente hasta formar bosques resplandecientes.

La ruta del peregrino

No sé por qué Dios me quiere tanto, pero lo hace. Me quiere tanto que me invitó a pasar con Él
Semana Santa en el Vaticano. Fueron días mágicos, momentos gloriosos, silencios oportunos.
Mi ruta de peregrina empezó el Viernes Santo, cuando me dirigí temprano a la Basílica San Juan
de Letrán, donde reposan en el altar las cabezas de los grandes santos Pedro y Pablo. En frente
de la Basílica se encuentra la Escalera Santa, la misma que subió Jesús algunas veces cuando fue
presentado ante Poncio Pilato. Son en total 28 escalones y sólo pueden ser subidos de rodillas.
Las paredes que rodean la Escalera Santa están cubiertas con pinturas de la Pasión de nuestro
Señor y antes de subir hay dos impresionantes esculturas: una de Jesús ante Poncio Pilato y
la otra del beso de Judas a Jesús. Las expresiones son tan reales que casi parecen humanas.
En la primera, Pilato con gesto altivo pero desconcertado, señalando a Jesús, como diciendo:
“¿Qué debo hacer con este loco?” y Jesús cabizbajo, con una expresión de tristeza ante la
incomprensión, pero con absoluta aceptación. En la segunda, las manos de Judas abrazan a
Jesús, pero su rostro delata cualquier muestra de afecto, pues en él se evidencia la hipocresía
y la indiferencia del gesto. A su vez, Jesús permite el beso del pecador, sin oponerse, pero en
sus ojos se lee un hondo pesar, no por lo que habría de suceder, sino por verse traicionado por
su amado discípulo. Y con esas poderosas imágenes me puse de rodillas y subí junto a cientos
de fieles la Escalera Santa. Sé que Dios está en todas partes, pero saber que un dios, mi Dios,
de carne y hueso pisó físicamente el mismo suelo que yo estaba tocando, es algo increíble. Mis
manos recorrían con una timidez sagrada la madera santa y mis labios besaban los fragmentos
de cristal que protegían las manchas de la sangre de Jesús sobre los peldaños. Ligeras lágrimas
caían cuando pensaba en Su sangre por mi sangre, Su vida por la mía…

Un despertar verde

Ella venía de muy lejos, arrastrando su soledad Se refugió en un parque solitario en busca de la serenidad Dejando caer áridos recuerdos se acostó sobre la fresca hierba y se entregó […]

Confieso que he amado

Conocí a alguien y lo perdí. El tiempo se interpuso en nuestro camino. ¿Pero sabes qué? Nunca
me he sentido tan orgullosa de mí. Me arriesgué. Me entregué a lo desconocido y me colmé de
sensaciones mágicas, y por entregarme a lo desconocido sufrí también, por dedicarme a sentir
y no pensar. ¿Pero sabes qué? Fue la mejor decisión que pude haber tomado. Amé cuando me
preocupé porque el otro tuviera comida en la mesa y besos en la mejilla. Me dejé amar cuando
permití que me acariciaran, que me besaran y me miraran con dulzura y deseo. Aprendí que una
hora de caricias es más terapéutica que una hora en el psicólogo. Descubrí la magia de placeres
sensoriales que produce el contacto entre las pieles y la seguridad psicológica que nace del
abrazo entre los cuerpos. Sentí la espontaneidad que brota de la libertad de amar y comprendí
que el cuerpo es un fruto insaciable, donde los rincones menos esperados son los más jugosos y
bienaventurados.

Reconocí que soy YO en mi auténtica verdad cuando no trato de impresionar a nadie, ni siquiera
a mí misma. Declaré que el amor genuino es aquel que acoge tanto las virtudes como los
defectos, las fortalezas y fragilidades del corazón humano. Descubrí que los ojos son el idioma
del deseo; la mirada comunica lo que la lengua calla.

No se nace mujer, se llega a serlo

A propósito del día internacional de la mujer, que se celebra el 8 de marzo, quisiera exponer
brevemente el pensamiento de Simone de Beauvoir, novelista, filósofa y feminista francesa. Su
obra “El segundo sexo” supone una revelación en cuanto a la concepción de la mujer ante los
ojos de una sociedad patriarcal.

Beauvoir redacta la siguiente premisa: “No se nace mujer, se llega a serlo”. Como sabemos,
el existencialismo afirma que el ser humano no nace “siendo”; nace y luego, a través de
la experiencia, “es”. La diferencia radica en que el destino de un hombre y una mujer son
completamente distintos, y las posibilidades de una mujer para “llegar a ser” se ven mermadas
al lado del hombre. La mujer, por su condición biológica, psicológica e histórica parece ser presa
de un destino maldito e irremediable.

Emociones

Hablemos sobre las emociones. En la película nominada al Oscar “Silver Linings
Playbook”, hay una escena donde uno de los protagonistas, la reciente ganadora del
Oscar, Jennifer Lawrence, se dispone a entrenar con Pat (Bradley Cooper) para una
competencia de baile. Se encuentran en extremos opuestos del salón y ella lo invita a él
a acercarse lentamente hacia ella, con la mirada fija en el suelo y levantando la cabeza
únicamente cuando se encuentre a mitad del camino, permitiendo así que broten en el
ambiente las sensaciones de timidez, seducción y galanteo propias del encuentro con la
intimidad. Cuando sus frentes chocan ella le dice: “¿Sientes eso? Eso es una emoción”.

Las emociones forman parte de nuestra identidad. Somos seres emotivos que sienten
antes de pensar. Existe una fuerte tendencia occidental a pensar que mientras más
racionales, metódicos y realistas seamos, más inteligentes somos. Lo cierto es que
la emoción y la razón trabajan en conjunto. La emoción moviliza y la razón guía. En
cualquier situación, nuestras emociones se encargan de hacer una primera evaluación.
Examinan la situación desde el punto de vista de cómo afecta ésta a nuestro bienestar.
Luego ocurre una segunda evaluación, donde interviene la razón. Ésta nos ayuda a
valorar si la emoción presente es saludable o no y de ello depende nuestro curso de
acción. Así, la emoción es una señal interna que indica un cambio y el pensamiento pone
la emoción en perspectiva.

Recuerdos de la Habana

Los recuerdos viajan en el tren de la memoria. Son pasajeros que aguardan su turno a la estación
de la conciencia, donde el pensamiento y la emoción hacen vibrar la experiencia.
Así es como termino pensando en Cuba, pues tuve la oportunidad de conocer dicha isla el año
pasado, cuando asistí a un Congreso de Psicología en la Universidad de La Habana; mas creo
firmemente que el verdadero aprendizaje se dio en la universidad de la vida. La probabilidad
de viajar a Cuba y no regresar con un corazón más humano o menos salvaje es indudablemente
remota.

Todavía me acuerdo de esa sensación de que el tiempo se detuvo en medio de aquellos vetustos
edificios, deteriorados y apagados, decorados únicamente con la ropa colgada para secar y las
caras inescrutables que se asomaban por el balcón. Abajo, en la calle, rodaban gustosamente los
coches clásicos americanos de los años 40 y 50, reanimando el insípido paisaje con sus vívidos
colores.

Microcuentos

Érase una vez un abismo que se vistió de astros y se llamó cielo.
El sol abrazó a la luna y le dijo: No haremos el amor, haremos las estrellas.

Érase una vez una lágrima que se durmió sobre una nube y despertó lluvia.
La lluvia, al llorar sus penas, creó un hogar para las ballenas.

Érase una vez un suspiro que se coló entre un par de labios;
Entró como anhelo y salió como beso.

Érase una vez la historia de un pensamiento.
Fue tejido por finas manos y se convirtió en mandamiento.

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