La televisión en Ecuador y en casi todo el mundo es muy criticada por educadores y formadores, porque se la considera perjudicial para las audiencias, especialmente para niños y jóvenes. Se la acusa de difundir antivalores y modelos de conducta violentos, discriminatorios y sexistas.
Los que conocen medianamente el funcionamiento de los medios saben que su financiamiento proviene principalmente de la venta de publicidad, y que, aparentemente, esto obliga a los comunicadores a producir programas de bajo presupuesto y poco contenido. He dicho aparentemente porque esta “realidad” es tal, siempre que nos conformemos con una forma de ver y hacer el negocio de la tv, sin cuestionar nada. Esos índices de sintonía provienen del monopolio de elaboración de ratings en Ecuador de la empresa Ibope, que coloca doscientos cincuenta people meters en Quito, y misma cantidad en Guayaquil (solamente en las dos ciudades principales con una muestra que se acepta como representativa). Y con los datos de esos quinientos hogares se determina la inversión publicitaria del país. Estos people meters son dispositivos que se han colocado en hogares, seleccionados de acuerdo a una proporción de los niveles socioeconómicos de la población, que registran la edad de la/las persona/s que enciende el televisor y los canales que selecciona, minuto a minuto. Según indican los involucrados en este negocio, la población ecuatoriana, irremediablemente, elige programas de concurso o de variedades, superficiales, con chicas de poca ropa y poca reflexión, contenidos sensuales, periodismo sensacionalista, amarillista y comedias chabacanas (más menos). Explican estos expertos que no es su culpa, que ellos hacen lo que la población quiere. Y efectivamente los reportes de audiencias reflejan una preferencia mayoritaria por las telenovelas, especialmente las narconovelas, comedias de producción local de bajo costo, y concursos reality que incluyan chisme y rivalidad.