Recordando a Margarita Amestoy y su aporte a la educación ecuatoriana
Marzo de 1999 fue un mes anecdótico en mi vida. Conocí a quien se convertiría en el más hermoso rayo de luz para mi carrera como educador y para mi vida personal: Margarita Amestoy de Sánchez o… como solían llamarle algunos… “la Doctora”. Después de eso mi destino no dejó de estar ligado a su maravillosa presencia, su sencillez y humildad, colosales valores de su personalidad, así como a su brillante inteligencia y preclaro pensamiento.
Fue para mí la representación más excelsa de la maternidad, pues era capaz de dar a luz sorprendentes investigaciones y no menos estímulos a quienes la acompañábamos en el camino. Me cupo en suerte ser su confidente, su chofer, su alumno, su amigo, un poco su hijo, mientras permanecía en Guayaquil, Ecuador, su segunda Patria los últimos años de su vida terrenal. Aquí dio su última clase, aquí dejó amigos y amigas entrañables, aquí se la recuerda como un ángel de bondad y de sabiduría.