La campaña del Perú
La ciudad de Guayaquil era el puerto de embarque de las tropas hacia el Perú, y es fácil imaginar, la tortura que significaría el diario trasiego de hombres y sus familias que por no quedar abandonadas los seguían. Guayaquil convertida en la ciudad más cara y ruidosa de América, hacinamiento lodoso y malsano. No se escapaban ni las casas de familia ni los conventos para alojar a los hombres que iban a luchar en tierra extraña y desafecta. “Que se alisten las casas del convento de San Francisco y casas inmediatas, la casa de las señoras Rocafuerte en el Astillero, el convento de la Merced y dos casas inmediatas, el convento de Santo Domingo y dos casas inmediatas, y la casa del señor Villavicencio de la Plaza Mayor para recibir a tropas y oficiales” (Acta del Cabildo de Guayaquil, 12/11/1824).
En su urgencia por partir hacia la guerra de independencia peruana, Bolívar expresó: “Yo ansío por el momento de ir al Perú; mi buena suerte me promete que bien pronto veré cumplido el voto de los hijos de los incas y el deber que yo mismo me he impuesto de no reposar hasta que el Nuevo Mundo no haya arrojado a los mares todos sus opresores” (José Manuel Restrepo).
El Contubernio
Bolívar, el eterno vencedor, desconoce el mérito de Sucre en la rendición de Pasto y se atribuye el sometimiento de la región, cuando la verdad es que no pudo pasar por sí solo las infranqueables posiciones españolas en las alturas de Bomboná: “El general Sucre, el día de la acción, no sacó más ventajas que yo, a decir verdad, nosotros hemos tomado el baluarte del Sur y él se ha cogido la Capúa de nuestras conquistas (notable triunfo de Aníbal tras el cruce de los Alpes). Yo vuelo a Quito a ver si los bochinches del Sur cesan; lo peor es que tengo una fuerte inclinación a no dejar que se burlen de Colombia, porque es muy duro ceder después de triunfos (…) Sucre quedará mandando en Quito y yo pasaré al Sur con las tropas, con el objeto de pacificar aquello y de tener una entrevista con San Martín. Supongo que en esta marcha militar no perderé nada, al contrario, redondearé a Colombia, según son mis deseos y deben ser las probabilidades; porque Vd. sabe que Guayaquil no es Cartagena, que se defiende con sus murallas, y porque además yo empleo más la política que la fuerza en las empresas de esta naturaleza (…) y con esto adiós, hasta Quito” (Carta a Santander desde Pasto, 09/06/1822).
Una vez en Quito, el Libertador se dedicó a escribir y a expresar en todos los tonos posibles su satisfacción por haber concluido la independencia de Colombia: a San Martín: “Tengo la mayor satisfacción de anunciar a V.E. que la guerra de Colombia está terminada”. A los generales marqués del Toro y Fernando Toro: “Este hermoso país, tan colombiano y tan patriota (…) formará el más grande departamento de Colombia”. Al general Juan de Escalona: “Ya estamos en Quito libre y colombiano. Todo está por nosotros en este vasto país, sin que nos falte más que Guayaquil, para donde parto a llevar la ley de Colombia.” Y a Santander: “solamente Guayaquil me da cuidado, pero Guayaquil por su cuidado puede envolvernos también en una de dos luchas: con el Perú, si la forzamos a reconocer a Colombia o con el sur de Colombia si la dejamos independiente, triunfante e incendiaria con sus principios de egoísmo patrio”. Guayaquil se convirtió en instrumento y medio para alcanzar metas. No importó la historia ni lo que sus hombres se proponían.
Días Aciagos
La toma de Guayaquil por la fuerza exasperó aun más el odio de aquellos guayaquileños que no tenían el poder de las armas y que rechazaban la forma como tomaba y sumaba la provincia a su proyecto colombiano. “Así se explica el comentario de Illingworth de que cuando su Excelencia el Libertador entró en la Provincia y fui a su encuentro; el señor Roca me acompañó en medio de las maldiciones de sus paisanos” (Daniel J. Cubitt).
Bolívar no quiso aceptar la propuesta Guayaquil y la decisión no le era posible por su “realismo” vertical que reposaba sobre el temor a la fragmentación de los espacios coloniales. Además entender la posición de Guayaquil y de sus líderes le hubiera significado cambiar sus concepciones fijas sobre la centralización “necesaria” que él tenía. No obstante que aceptaba las ventajas que ofrecía la presencia de un régimen federalista. Esas ideas las tenía desde diciembre de 1812.
Más Sobre la Anexión
Ecuador era imprescindible para bloquear el paso de las fuerzas españolas que aun se hacían fuertes en el territorio peruano. Y urgente era la posesión de Guayaquil por su poder económico, pues las tierras altas interandinas eran improductivas y además se hallaban en una profunda pobreza. Y lo más importante, su posición estratégica, salida al mar que permitiría la viabilidad de la acción armada contra el último reducto español.
Para captar la simpatía de la clase alta, echó mano del argumento de la necesidad de salvar Guayaquil del dominio de la plebe, enviando una arenga que decía: “Sólo vosotros os veíais reducidos a la situación más falsa, más ambigua, más absurda, para la política como para la guerra. Vuestra posición era un fenómeno, que estaba amenazando la anarquía; por eso he venido, guayaquileños, a traeros el arca de salvación.”
Bolívar no tenía la absoluta seguridad que el Colegio Electoral aprobaría la anexión, tenía un profundo desasosiego, pues la representación democrática la tenía la Junta de Gobierno, la militar y de facto, Bolívar, sustentada en sus 1.300 bayonetas: “Yo espero que la Junta Electoral que se va a reunir el 28 de este mes, nos sacará de la ambigüedad en que nos hallamos, Sin duda debe ser favorable la decisión de la Junta, y si no lo fuere, no sé aún lo que haré, aunque mi determinación está bien tomada, de no dejar descubierta nuestra frontera por el Sur, y de no permitir que la guerra civil se introduzca por las divisiones provinciales” (Bolívar a Santander, 22/07/1822).
El acoso a Guayaquil
Olmedo, al aceptar el mandato del pueblo y de las tropas en 1820, había jurado respetar y guardar el Reglamento Provisorio Constitucional, y por encima de todo, cumplir con la decisión popular de iniciar, avanzar y culminar la liberación de Quito y Cuenca. Evidenciando que Guayaquil con generosa solidaridad buscaba extender la libertad que ella había conquistado. Pero como al mismo tiempo eso la enfrentó a Bolívar, pues la buscada libertad de Cuenca, Quito y otros tuvo ese efecto. Esto explica la actitud de conciliadora tolerancia con que llevó su relación frente a las ambiciones de Bolívar, a quien llama “Mi respetable amigo y paisano” (13/06/1821) dando a entender una colombianidad que sabía no poseer.
En 1820 también halaga a San Martín en su vanidad, diciendo: “Entre tanto, V.E. prepara el hermoso día del opulento Perú; y, ardiendo en amor patrio, nos enseña la senda que debemos seguir. Ya la Patria tiene en sus manos, destinada a las sienes de V.E., la corona que han tejido la Ninfas del Rimac” (22/11/1820).
La obsesión de Bolívar
A Bolívar le resultaba intolerable la idea de un país independiente al sur de Nueva Granada, no controlada por él y al margen de su proyecto de Colombia. “ni la España ni ninguna Potencia Europea reconocerá pequeñas Repúblicas por los peligros de que están amenazadas, y mucho menos la de Quito que, colocada en medio de las grandes Repúblicas de Colombia y del Perú, vendría a ser objeto de pretensiones y de guerra, a que no podría ella ocurrir por sí sola y que la envolverían frecuentemente en los desastres de contiendas ruinosas y aún de facciones intestinas por el cuidado que tendrían las naciones vecinas de dividir los ánimos y ganar partido en su interior para sostener sus pretensiones” (Bolívar a Sucre, 21/01/18219). Visión de Bolívar que nos ha perseguido como maldición.
La abundante correspondencia que sostuvo el Libertador con distintas personalidades, apenas celebrado el armisticio con Pablo Morillo, jefe de la expedición militar encargada de sofocar la rebelión, a menos de dos meses del 9 de Octubre y después de éste, deja en claro que Guayaquil de una forma u otra, sería colombiano. Mientras aun permanecía en Venezuela escribe a Santander: “No sabemos si Guayaquil reconoce o no el gobierno de Colombia y si es parte de nuestro territorio” (Bolívar a Santander, 21/12/1820). Enterado de las estratégicas condiciones que reunía la ciudad-puerto, inicia su marcha para sin contar que se vería entrampado en Bomboná. “Estoy en marcha para Quito y Guayaquil. El general Valdés me precede con la vanguardia del ejército del sur, y el general Sucre lo seguirá de cerca” (Bolívar a V. Rocafuerte, 10/01/1821) “Me hallo en marcha para ir a cumplir mis ofertas de reunir el imperio de los Incas al imperio de la Libertad; sin duda, que más fácil es entrar en Quito que en Lima” (Bolívar a San Martín, 10/01/1821).
La Prensa Libre
El Patriota de Guayaquil: que circuló por primera vez en 26 de junio de 1821, fue el periódico oficial de la Junta de Gobierno del Guayaquil libre. Vino a cubrir la urgente necesidad de dar noticia de las acciones bélicas llevadas a cabo por la División Protectora de Quito, para publicar el movimiento del puerto, proclamas y leyes. En el primer Reglamento de Imprenta constan las normas por las que se rigió: “Desde el momento en que hizo la imprenta su primer ensayo en este país se reconoció como su primera base la libertad con toda la extensión que en sí tienen los dones celestiales del pensamiento y la palabra”. El Patriota de Guayaquil, es la simiente de la histórica lucha de la prensa de Guayaquil que ha combatido los abusos y favorecido la libertad de expresión.
A continuación destacamos aquellos que en defensa de las libertades, que han sido y son parte fundamental para la vida de las naciones.
El Hombre Libre (octubre de 1830): fue el primer periódico guayaquileño, cuyos redactores tuvieron el valor y el civismo suficientes para señalar y denunciar un acto de corrupción de un funcionario del correo del gobierno de Flores. El burócrata no fue sancionado, todo lo contrario, se lo defendió públicamente y al periódico acusado de traición a la patria, fue clausurado antes de publicar su segundo ejemplar.
Mirada al 9 de Octubre de 1820
Convencido que para llegar a una interpretación correcta de la revolución del 9 de Octubre de 1820, se debe considerar un marco mucho mayor que las visiones simplistas de la Fragua de Vulcano y el baile de Isabelita Morlás, a las que recurren los narradores. Fueron los acontecimientos históricos, sociales y económicos que, desde los albores americanos desembocaron en su independencia: esto es, el marco histórico mundial creado por la independencia de Los Estados Unidos, la Ilustración, la Revolución Francesa, la Revolución Industrial inglesa y el libre comercio.
Por otra parte, la participación en las Cortes de Cádiz y en la política del Estado español de José Joaquín de Olmedo, que entabló estrechos vínculos con los liberales españoles y Americanos, influencia que, a partir de Julio de 1816, en que Olmedo retornó a Guayaquil, el Cabildo guayaquileño se convierte en una caldera, atizada por la frustración y el descontento, donde se fraguaron el pensamiento y la acción revolucionaria del 9 de Octubre de la que surgió un Guayaquil liberado por sí mismo, que fue llave y clave para la independencia ecuatoriana y para derrotar al último reducto español: el Perú.
El Telégrafo
Fue fundado el 16 de febrero de 1884 por Juan Murillo Miró, hijo de Manuel Ignacio Murillo fundador de la imprenta en esta ciudad y editor de nuestro primer periódico El Patriota de Guayaquil editado el 26 de junio de 1821. Inicialmente, El Telégrafo se publicaba dos veces por semana, miércoles y sábados; constaba de cuatro páginas a seis columnas, dos páginas de avisos y dos de informaciones. Desde su fundación figuraron entre sus redactores y colaboradores, el doctor Francisco Campos Coello, Doroteo Molleda (español), el doctor César Borja Lavayen, el doctor Lorenzo R. Peña, el doctor Cesáreo Carrera Padrón, Nicolás Augusto González, Gabriel Urbina, Camilo Destruge, Amadeo Izquieta, José Matías Avilés Giraut, José María Chávez Torres, entre otros.
Era un periódico decididamente liberal y consecuentemente de oposición frontal al gobierno; guardando desde luego las buenas costumbres, el lenguaje culto y ponderado pero sin dejar de ser enérgico. La prensa guayaquileña y el partido liberal, reclamaban por la vía pacífica el derecho a oponerse a la elección del señor Caamaño como presidente de la república. Pero la respuesta de éste, una vez posesionado del cargo no se hizo esperar, al desencadenar una serie de atropellos y violaciones a la Constitución que acababa de ser sancionada.
La Venta de la Bandera
En 1892 el doctor Antonio Flores Jijón fue sucedido en la presidencia de la república por el candidato oficial doctor Luis Cordero. Hasta cierta época la libertad de prensa no había sido alterada y gozaba de garantías; pero ocurrió que en los años 1894 y 1895 el Japón estuvo en guerra con China, y la derrotó, apoderándose de Corea, Taiwán, extendiendo sus dominios hasta la gran provincia de Manchuria.
Iniciado el conflicto los grandes monopolios internacionales, para dar superioridad al Japón, le dieron apoyo financiero para la compra de armas y equipos bélicos, y como la adquisición de buques de guerra ofrecía ciertas dificultades, pues su construcción tardaba 3 ó 4 años, los financieros del trust Morgan y Japón optaron por comprarlos.
El Ecuador había resuelto que su Gobierno no se definiría ni por la neutralidad ni por la beligerancia, en tanto que Chile si declaró su neutralidad, razón por la cual quedaba impedido de vender armas a cualquiera de los beligerantes. Sin embargo, tenía interés en vender al Japón el crucero “Esmeralda”, uno de sus buques de guerra que había adquirido ese año de Inglaterra en 145.000 libras.